El que pidió prestada el hacha
De pronto, al cortar un tronco, a uno de los profetas se le zafó el hacha y se le cayó al río. “¡Ay, maestro! –gritó–. ¡Esa hacha no era mía!”. 2 Reyes 6:5.
Las buenas intenciones y las buenas acciones no son garantía de falta de problemas. Que te “portes bien” no significa que no se te presentarán dificultades.
Los miembros de la comunidad de los profetas se dan cuenta de un problema: no tienen más espacio en el lugar en donde viven.
Cuando observan la dificultad y piensan en una solución, no se largan rápidamente a actuar siguiendo sus propios impulsos. Por el contrario, van a preguntar al hombre de Dios, a quien le plantean el problema, la solución, y se ponen a disposición para realizar lo que tenga que ser hecho.
Eliseo, según deja entrever el relato bíblico, les dice que vayan. Los miembros de la comunidad le piden, por favor, que los acompañe, ya que quieren tener la bendición del Cielo. ¡Qué bueno sería si nosotros siguiéramos todos y cada uno de esos pasos cuando tenemos que realizar una actividad!
No obstante, apareció una dificultad que superaba cualquier esfuerzo humano que se pudiera hacer: la parte de metal de un hacha vuela al agua. En un río barroso como el Jordán, no hay chances de recuperar el objeto perdido. ¡Encima, el hacha era prestada!
En ese momento y en esa circunstancia, la presencia de Eliseo es la garantía de una solución. Por eso el profeta, que estaba trabajando, no pierde tiempo quejándose ni comentando a sus compañeros que estaban más próximos su problema. Va directo a la Fuente de las soluciones. ¿Entendiste la lección? Estoy seguro de que sí.
El hacer todo bien, el actuar en todos los detalles de tu vida de acuerdo con la voluntad de Dios, el saber que él te acompaña y bendice en tu accionar no significa que algún hacha no pueda volar al agua.
Puede suceder. Si es así, será un momento en el que naturalmente te preguntarás: “¿Qué hice mal?”. Recuerda que la dificultad no es un momento para preguntas: es el momento para la fe. Es la situación ideal para aprovechar la cercana presencia del Padre para pedirle su ayuda, para que su poder infinito actúe frente al problema que nos supera.
Nuestro pedazo de metal hundido es la oportunidad del milagro. Nuestro límite es el punto de partida para Dios.
Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2014
“365 Vidas”
Por: Milton Betancor
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