Reflexiones para tí.

El hijo

Sin embargo, tu hijo sí morirá, pues con tus acciones has ofendido al Señor. 2 Samuel 12:14.

Siempre me pareció una historia extraña, porque la Biblia dice: “Todo el que peque, merece la muerte, pero ningún hijo cargará con la culpa de su padre, ni ningún padre con la del hijo: al justo se le pagará con justicia y al malvado se le pagará con maldad” (Eze. 18:20). Y aquí, el inocente hijo de David muere. No parece justo.

Era David el que merecía la muerte como castigo. El arrepentimiento del rey le da la chance de seguir viviendo. No sé si el antiguo pastor de ovejas no hubiera preferido que el castigo recayera sobre él. En un primer momento, David se sintió culpable y sin perdón, por eso tuvo miedo de que un rápido juicio divino lo matase en ese instante.

Frente a su sincero pedido de perdón, Dios le perdona la vida y se lo avisa en el mismo momento, por medio del profeta Natán. Pese a eso, el mismo Dios le informa que ocurrirá una muerte; no la de él, la del pequeño recién nacido.

Sin lugar a dudas, el sufrimiento y la muerte del niño, como parte del castigo del rey, le resultaban más amargos de lo que hubiera sido su propia muerte. Soy padre de dos lindas hijas. No tengo ningún problema en dar mi vida por cualquiera de ellas. Pero si alguna de ellas tuviera que sufrir por mi culpa, definitivamente me sentiría destruido. Imagino la sensación del rey David.

Cuando el niño cayó enfermo, David imploró y suplicó por la vida del pequeño, ayunando y humillándose profundamente. Se sacó las ropas reales, dejó su corona, durmió en el suelo.

Sin embargo, a pesar de que perseveró en su ruego, no ocurrió lo que el rey deseaba.

Otro inocente que murió por un pecado que no había cometido. La historia del hijo de David es un mínimo destello de la historia del Calvario. Nosotros (pecadores) podemos tener la vida eterna gracias a un inocente, que murió en nuestro lugar. La Biblia es clara: la paga del pecado es la muerte (Rom. 6:23).

David lo entendió con el dolor más desgarrador que un padre puede llegar a sentir. Tú y yo lo sentimos mirando al Hombre de Galilea, clavado en una cruz que no le pertenecía.

Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2014
“365 Vidas”
Por: Milton Betancor






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