Goliat
Un famoso guerrero, oriundo de Gat, salió del campamento filisteo. Su nombre era Goliat, y tenia una estatura de casi tres metros. 1 Samuel 17:4.
Tres metros de pura incompetencia. Cincuenta y cinco kilos de impotencia. Siete kilos de inutilidad. No importa lo grande que seas, cuando te quieres enfrentar a un instrumento de Dios, vas a caer.
Siempre imaginé a Goliat más alto. Debe ser el miedo que los soldados israelitas sentían lo que aumentaba al gigante en mi imaginación. Muchas veces, nuestros problemas se hacen más grandes de lo que verdaderamente son por dos motivos: Primero, damos espacio a nuestro miedo en nuestra imaginación, para que los agrande. Segundo, queremos enfrentar solos a nuestros gigantes.
El secreto es ir a la batalla en nombre de Dios. Así, no hay Goliat que resista.
Cuarenta días amedrentando a los israelitas, sin que alguien se animara a dar el paso de fe del pequeño pastor de ovejas.
No es ninguna novedad que los diferentes gigantes Goliat nos siguen vociferando cada mañana y cada tarde, gritándonos nuestros miedos más profundos, nuestros errores más groseros, nuestras equivocaciones más secretas. El poder del gigante enemigo es que sabe por dónde atacarnos, pues conoce nuestros puntos débiles. Así, para él es sencillo lastimarnos a tal punto que la próxima vez que lo vemos (o lo escuchamos) sintamos un miedo que se parece al pavor. Miedo de ser descubiertos. Terror de ver toda nuestra armadura de autosuficiencia, de apariencia, de pura imagen caerse a pedazos.
La enorme ventaja de David era que no tenía miedo del gigante. Sabía que él solo no lo iba a derrotar, como tampoco podría haber derrotado ni al león ni al oso; pero el pastor de las ovejas de Isaí estaba muy bien acompañado. Si nosotros nos enfrentásemos a cada uno de nuestros gigantes Goliat con la misma conciencia de debilidad y necesidad, y con la misma confianza en un Dios todopoderoso, seguramente nuestra victoria sería tan incontestable como la de David.
Goliat era grande. Comparándolo con cada uno de nosotros, hasta podríamos decir que demasiado grande; pero no tanto como nos lo imaginamos. Además, es posible vencerlo.
Dios continúa teniendo el mismo poder, la misma fuera, y sigue dispuesto a vencer tus gigantes.
Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2014
“365 Vidas”
Por: Milton Betancor
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