Después subió al monte, y llamó a sí a los que él quiso; y vinieron a él. Y estableció a doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar, y que tuviesen autoridad para sanar enfermedades y para echar fuera demonios: a Simón, a quien puso por sobrenombre Pedro; a Jacobo hijo de Zebedeo, y a Juan hermano de Jacobo, a quienes apellidó Boanerges, esto es, Hijos del trueno; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Jacobo hijo de Alfeo, Tadeo, Simón el canonista, y Judas Iscariote, el que le entregó. Marcos 3:13-19.

Fíjate en la lista de los doce apóstoles que Jesús llamó. Cuando uno analiza el relato de sus vidas, tal como lo describen los evangelios, encontramos que todos los apóstoles eran seres tan falibles, finitos y defectuosos como tú y como yo.

La mayoría de las personas tiene la imagen de que los apóstoles eran seres inmaculados, incapaces de pecar, de tener defectos de carácter, a quienes solo les faltaba una aureola suspendida mágicamente de su cabeza. Y piensan que así es un cristiano verdadero. Cuando ven que algún cristiano no cumple esa norma, lo acusan de hipócrita y proceden a descalificar su religión. Sin embargo, Jesús no vino a “llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento” (Mat. 9:13), pues “los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos” (vers. 12).

Ni el cristiano es un ser impecable ni la iglesia es una pulcra colección de personas ajenas a la pecaminosa naturaleza humana sino que, como bien se la ha comparado, es un “hospital para pecadores”. Los cristianos, al igual que el resto de la humanidad, están enfermos de pecado, y esto se puede advertir en sus vidas particulares y en su vida comunitaria, como iglesia. La diferencia estriba en que el cristiano, gracias a la obra esclarecedora del Espíritu Santo, ha llegado a tomar conciencia de su condición pecaminosa, de su enfermedad de pecado, ha tenido un encuentro con el Médico del alma, Jesucristo, y ahora está en “terapia” espiritual y moral, en un proceso de sanidad que dura toda la vida, hasta que Jesús regrese, y “esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad” (1 Cor. 15:53).

Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2015
“El tesoro escondido” Por: Pablo Claverie






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